Cuidemos la Educación

" Lo que más me gusta de un libro es que te haga reír un poco de vez en cuando"

El Guardian En El Centeno (J.D. Salinger

    Me llegó la noticia de que a un maestro lo quieren suspender por leer un cuento de Casciari.  El texto es "Canelones" y trata de una broma de mal gusto que hizo Hernán en su juventud. 

    Pero no lo quieren suspender por contar un texto que trata de una broma de mal gusto. Lo quieren suspender porque los chicos fueron a buscar el texto original y en el están las palabras: "pito" "tetas" "culo". Repito, en el texto que él maestro leyó no estaban esas palabras, pero sí en el texto que los chicos fueron a buscar. 

    Si me pongo a pensar en frío, básicamente el sistema de educación, quiere suspender a un maestro que logró que un chico busque fuera de horario escolar material de lectura. 

    Este asunto me hizo agradecer que no existieran los grupos de padre de WhatsApp, que por lo visto genera este tipo de mentalidad de turba iracunda. en la época que yo iba al secundario. 

    Con este texto, tampoco quiero entrar en el debate de que los padres modernos pretenden que la escuela haga todo lo que ellos no tienen el más mínimo interés de hacer en sus casas. 

    Tampoco señalar la hipocresía de una familia que seguramente consume material audiovisual donde se mencionan la palabras: "pito" "culo "tetas" o inclusive se muestran. 

    Me gusta escribir y contar historias y en este caso todo lo que sucede me pone en situación de contar la mía. 

    Estaba en noveno grado, en una escuela católica, cuando una profesora tuvo el valor de darnos a leer El Guardian En El Centeno.

    Hoy tengo la certeza de que arriesgó su puesto laboral porque encontró a un chico interesado en el arte de contar historias, y confió que ese libro plantaría una semilla que terminaría convertida en un árbol. 

    Antes de continuar, les doy un contexto de la realidad que vivíamos los alumnos de noveno grado en ese momento. 

    Las chicas del curso, en algunos casos salían con alumnos más grandes. Los chicos siempre tenían un familiar que hacía el comentario "es la hora de enviarlo a debutar" y siempre había un "afortunado" que tenía canales porno para ver a escondidas. 

    Para tener onda tenías que fumar o tomar alcohol, lo decían las publicidades, y te lo decían tus amigos. 

    En caso de que fueras uno de los pocos que seguía consumiendo Coca Cola, seguías siendo virgen, no fumabas, y tal vez por el miedo a Jesús tampoco te masturbabas, sabías igual que era todo esto ya que en los pasillos y en el aula, eran los temas de conversación mas habituales. 

    La cuestión es que la profesora tomó el examen del libro y fui el único en aprobar. El resto de los alumnos desaprobó con notas desastrosas. El asunto podía haber terminado ahí, pero la profesora buscó saber el motivo por el cual tantos habían chocado ante el libro. 

    Yo, como alumno, sabía que la respuesta era que nadie había leído el libro, porque no les gustaba leer. Pero, una alumna que había leído un resumen de internet (El rincón del vago) decidió hablar por todos y decir que el libro tocaba temas para los cuales ellos no estaban preparados. 

    La profesora asintió, dejó el tema ahí y nada pasó. 

    Holden Caulfield, el protagonista del libro y narrador, lo único que hace es pasear por la ciudad y exponen a través de su narrativa, los puntos de vida de un adolescente frustrado y confundido. En ningún momento comete un asesinato, una violación, ni siquiera habla a favor del consumo de alguna droga pesada, porque lo único que consume es cigarrillo y alcohol. 

    Pero en ese momento, en ese aula, una adolescente que solo podía pensar en zafar del aplazo, utilizó la moral como herramienta. 

    Ah, la bronca que sentí, las ganas de decirle a ella y a todos los hipócritas que sean sinceros, que digan que el problema era que no les gustaba leer. 

    Pero me quedé callado. 

    Me quedé callado, porque en esa época no existían los grupos de Whatsapp para facilitarle el trabajo a los padres. Perdón, a cierto tipo de padres. Esos padres que no les importa criar a sus hijos, y que cuando un profesor mediante una nota, les hace notar esa falencia en su paternidad, deciden actuar de manera violenta.  

    Era mucho trabajo para el padre o la madre de esa chica llamar teléfono por teléfono a todos los padres del aula, y así poder  coordinar una reunión al otro día en la oficina de la directora para amenazarla.

    Tiempo después, entendí el valor y el coraje que requirió mi profesora para presentar ese texto y que el objetivo era que conociera la obra de Salinger, porque sabía lo que podía despertar en mí. 

    Profesores como ella y Nicolás Esquivel (el maestro que quieren suspender en San Juan) son aquellos que plantan semillas que terminan convertidas en arboles.  

    Tenemos que defender a esos profesores, porque son ellos los que marcan la diferencia. 

    Tenemos que defender a esos profesores, porque son aquellos que ayudan a un adolescente perdido a encontrar su camino. 

    Tenemos que defender a esos profesores, porque son aquellos que con su pasión, logran despertar lo que está dormido.

    Tenemos que hacerlo, porque sin ellos, solo nos queda sumergirnos en las profundidades de la ignorancia, la apatía y el despropósito. 

    Ojala se haga justicia por Nicolás. Ojala todos los padres y empleados del sistema educativo que pidieron por su cabeza, salgan en manada a pedir unas disculpas. 

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Tres largos años

    En 2018 conocí el taller de narrativa. Fui ahí con el deseo de poder aprender a escribir, y así tener algo en lo que ocupar mi cabeza que estaba sobrepasada de preocupaciones por un futuro que al menos para mí se veía negro.

    Llegué a la primera clase y me sentí un ignorante. Inclusive pensé en levantarme, pedir perdón e irme antes de la primera hora. Pero me quedé escuchando sobre autores latinoamericanos que no conocía y las herramientas que componen un texto.

    Lo que hizo que me quedara fue una consigna que nos dieron en el final de la clase, que se trataba de hacer un relato corto acerca de un objeto que nos habían mostrado.

    A Emilio, uno de los profesores, le gustó el pequeño relato y me hizo sentir muy bien acerca de mi “estilo narrativo” que no sabía ni que tenía.

    Al quedarme empecé a conocer autores que jamás les habría dado una oportunidad y presentar sin falta todas las consignas que nos daban para trabajar. Jamás fui con las manos vacías, jamás salí impune de las correcciones y recibí un puñado de festejos.

    Una vez a la semana, caía a ese lugar con mis compañeros y por tres horas solo hablábamos de la literatura. En ocasiones pensé en faltar, ya que después de estar nueve horas trabajando tenía más ganas de irme a mi casa que de estar en otro lugar prestando toda mi atención, pero jamás falté.

    Asistí a los cuatro niveles, seguimiento de obra, y un taller extra, siempre buscando aprender y mejorar mi estilo narrativo. Trabajé con ellos muchos géneros, pensando solamente como esto podría servirme para hacer las historias que yo quería hacer.

    Mariano y Emilio fueron jueces implacables que no tenían miedo de decirme todo lo que había hecho mal y lo importante que era aprender lo que ellos tenían para enseñarme, porque a pesar de que una vez me fuera de ahí y trabajara un genero que no es el que ellos enseñan, la literatura merece que uno tenga las mejores herramientas para trabajarla.

    Pasaron tres años desde que me senté con un cuaderno y una lapicera y llegué entusiasmado a mí casa al descubrir que tenía un “estilo narrativo”. Llegué, prendí la computadora y me puse a trabajar en lo que sería mi primera novela, una que al igual que muchas otras están en mi computadora, esperando ser editadas. Me acuerdo que cuando terminé de escribir, faltaban cinco horas para que entrara a trabajar pero no me importó.

    Pasaron tres años desde que escribir se convirtió en una parte fundamental de mi vida, en el salvavidas al cual me aferro cuando vuelvo a sentir que mi futuro es negro, en el sentido absoluto cuando creo que nada tiene sentido, en algo tan necesario como respirar.

    Pasaron tres años desde que me dije que algún día iba a publicar como así lo hicieron todos aquellos que tanto admiro, y ese día esta a la vuelta de la esquina.

Este texto lo escribí en 2021. Lo recuperé, pensé en editarlo pero me di cuenta que sería mejor subirlo tal como lo escribí en su momento.


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Como siempre: lo urgente no deja tiempo para lo Importante

    Falta poco para la última elección en Argentina y ya estoy completamente agotado. La incertidumbre de quien va a ganar, más la violencia...