Tres largos años

    En 2018 conocí el taller de narrativa. Fui ahí con el deseo de poder aprender a escribir, y así tener algo en lo que ocupar mi cabeza que estaba sobrepasada de preocupaciones por un futuro que al menos para mí se veía negro.

    Llegué a la primera clase y me sentí un ignorante. Inclusive pensé en levantarme, pedir perdón e irme antes de la primera hora. Pero me quedé escuchando sobre autores latinoamericanos que no conocía y las herramientas que componen un texto.

    Lo que hizo que me quedara fue una consigna que nos dieron en el final de la clase, que se trataba de hacer un relato corto acerca de un objeto que nos habían mostrado.

    A Emilio, uno de los profesores, le gustó el pequeño relato y me hizo sentir muy bien acerca de mi “estilo narrativo” que no sabía ni que tenía.

    Al quedarme empecé a conocer autores que jamás les habría dado una oportunidad y presentar sin falta todas las consignas que nos daban para trabajar. Jamás fui con las manos vacías, jamás salí impune de las correcciones y recibí un puñado de festejos.

    Una vez a la semana, caía a ese lugar con mis compañeros y por tres horas solo hablábamos de la literatura. En ocasiones pensé en faltar, ya que después de estar nueve horas trabajando tenía más ganas de irme a mi casa que de estar en otro lugar prestando toda mi atención, pero jamás falté.

    Asistí a los cuatro niveles, seguimiento de obra, y un taller extra, siempre buscando aprender y mejorar mi estilo narrativo. Trabajé con ellos muchos géneros, pensando solamente como esto podría servirme para hacer las historias que yo quería hacer.

    Mariano y Emilio fueron jueces implacables que no tenían miedo de decirme todo lo que había hecho mal y lo importante que era aprender lo que ellos tenían para enseñarme, porque a pesar de que una vez me fuera de ahí y trabajara un genero que no es el que ellos enseñan, la literatura merece que uno tenga las mejores herramientas para trabajarla.

    Pasaron tres años desde que me senté con un cuaderno y una lapicera y llegué entusiasmado a mí casa al descubrir que tenía un “estilo narrativo”. Llegué, prendí la computadora y me puse a trabajar en lo que sería mi primera novela, una que al igual que muchas otras están en mi computadora, esperando ser editadas. Me acuerdo que cuando terminé de escribir, faltaban cinco horas para que entrara a trabajar pero no me importó.

    Pasaron tres años desde que escribir se convirtió en una parte fundamental de mi vida, en el salvavidas al cual me aferro cuando vuelvo a sentir que mi futuro es negro, en el sentido absoluto cuando creo que nada tiene sentido, en algo tan necesario como respirar.

    Pasaron tres años desde que me dije que algún día iba a publicar como así lo hicieron todos aquellos que tanto admiro, y ese día esta a la vuelta de la esquina.

Este texto lo escribí en 2021. Lo recuperé, pensé en editarlo pero me di cuenta que sería mejor subirlo tal como lo escribí en su momento.


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1 comentario:

  1. esto demuestra que el famoso dicho "nunca bajar los brazos ante el primer tropiezo" es cierto. Que de los borradores se puede sacar algo bueno y el resultado ha valido la pena. Saludos Hernán, nos seguimos leyendo.

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