Paris era una fiesta

    He nacido para disfrutar la vida, pero Dios se olvidó del dinero. (Ernest Hemingway)

    Cuando empezamos a vernos con mi actual pareja, ambos nos sentíamos como dos adolescentes. Experimentamos un amor que día a día nos sorprendía a ambos por como crecía y parecía no querer entrar en una meseta.  En esos gestos de amor, ella entró a una librería y le comentó al librero que deseaba regalar un libro para alguien que deseaba convertirse en un escritor publicado. Así fue como ella, aclarando que no considere su regalo como una obligación de nada, me entregó “Paris era una fiesta” de Ernest Hemingway.

    Voy a pecar de arrogante y decir que considero que sentí empatía con Ernest cuando se quejaba de la pobreza que vivía y de que nadie pagara por sus cuentos, ya que desde que comencé a escribir siento que mis manuscritos de fantasía y ficción son mucho mejores de los que las librerías y bookstagramers intentan vender a los jóvenes. Encima, a diferencia de Ernest que vivía de escribir artículos para diarios alemanes, yo tengo que trabajar en atención al cliente por nueve horas al día por un sueldo en pesos. Al menos Ernest tenía más tiempo libre, y bueno siendo honesto mucho más talento.

    Pero es que cuando me pongo a leer cualquier parte de “Paris era una fiesta” todo lo que es Hemingway quejándose de su economía y éxito lo puedo comparar con mi situación.

    Por ejemplo, cuando Ernest escribe:
 “En los puestos de libros que hay en el pretil de los muelles uno contaba a veces libros americanos recién publicados, y los vendían muy baratos. Entonces el restaurant de La Tour d’Argent tenía encima unas cuantas habitaciones y las alquilaban haciendo un descuento en el restaurant, y si los inquilinos al marcharse dejaban algún libro en la habitación y la dueña del resto los daba por muy poco dinero.”

    Lo único que puedo pensar es en las veces que hago un filtro por internet de los libros que pueden ayudarme para ser un mejor escritor o alguna novela del genero que escribo para entretenerme porque hay algún día cada tanto que tengo un reintegro con la tarjeta de crédito y es la única manera que tengo de adquirir nuevo material.

    Inclusive la manera de que tiene de observar a sus pares se me asemeja, porque también tengo el agridulce sabor de que autores publicados me digan que es cuestión de tiempo para que me den una oportunidad las editoriales y pueda ver mis novelas en las librerías porque según ellos lo que hago es digno de editarse. Y, sin embargo, mi novela que va a ver la luz en tres meses la voy a publicar con una pequeña editorial de Buenos Aires, y con mucha inversión de mi bolsillo.
 
    Comparto también ciertas metódicas de trabajo, ya que él escribía hasta que algo tomaba una forma y luego, aunque tenía ganas de escribir o la idea de como seguir prefería dejar el texto crecer solo en su cabeza antes de ponerlo en papel. Me pasa algo similar con mi disciplina de escribir mil palabras al día, porque, aunque sepa que es lo que puedo hacer para continuar la escena, decido quedarme ahí, esperando que al otro día las palabras salgan igual de fluido.

    Todos necesitan un mentor, y yo tomé muchos en mi travesía de intentar ser un escritor publicado, pero tengo que admitir que hasta que este libro llegó a mis manos jamás había podido apreciar mi situación de clase trabajadora, por no decir clase baja, porque comparado a los países del primer mundo ser un trabajador en Argentina equivale a ser clase baja. Mar Del Plata se transformó en Paris y decidí que cada vez que fuera a tomar un café solo, me llevaría mi cuaderno para anotar las cosas que pasaban en el café o mi estado de ánimo.

    Obvio que sigo detestando no haber nacido en una familia acomodada para tener todo el tiempo del mundo para leer y escribir, pero al igual que Hemingway se enojaba con su persona a la hora de analizar el hecho de su pobreza, aprendí a decirme lo que él se decía. Básicamente me digo a mí mismo que tengo que dejar de llorar, que yo elegí intentar perseguir la quimera de ser un autor publicado de tiempo completo escribiendo libros de fantasía en Argentina y que podría conformarme con ser un simple empleado que en él tiempo libre hace algo de ejercicio, mira muchas series y lee solo por placer. Pero que yo elegí esto así que tengo que dejar de llorar y ponerme a escribir.

    Como la persona que me regaló el libro ahora decidió renunciar a la comodidad de un sueldo a cambio de dejar la vida en una corporación despreciable que vende ropa para niños y niñas, para seguir su propio camino en la carrera de la cual es licenciada. “Paris era una fiesta” vuelve a tomar sentido, porque somos dos enamorados con muy poco dinero, intentando sobrevivir el día a día y muchas veces encontrando salvación en el amor que nos sentimos el uno por el otro, mientras esperamos que todas las botellas que largamos al mar desde nuestra isla desierta encuentren a sus correspondientes destinatarios y vuelvan a nosotros.

    “Lo único que yo tenía que hacer era conservar mi cabeza en buena forma, hasta que a la mañana siguiente me pusiera otra vez a trabajar.”

    Esa frase me la tendría que tatuar, porque define por completo lo que siento. Tengo que aguantar mi trabajo, las cosas que acarrea atender a gente, más aún en tiempos de pandemia y procurar que no afecte mi cabeza, para poder llegar a casa y tener las energías necesarias para ponerme a escribir. Tengo que hacerlo hasta ser descubierto, si Hemingway logró aguantar, y pasó por cuestiones más complicadas a nivel personal que quien escribe,

     Entonces no tengo motivos para bajar los brazos. Tengo que seguir, porque aún las palabras siguen saliendo, la imaginación sigue produciendo y quiero creer que todo eso significa algo.

*Este texto lo hice en 2020, antes de publicar Senda Sangrienta. Inclusive, el libro del que hablaba no era Senda Sangrienta, sino un manuscrito que continua guardado. 


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